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Elena Ponce

Redefinir el orgullo de barrio

Elena Ponce reivindica, en este artículo de opinión, la realidad de Rocafonda más allá del boom mediático del 304 y Lamine Yamal

Esta semana ser de Mataró, al margen de la pasión que se desprenda por el fútbol masculino de primera división o por la fiebre de la roja, es vivir bajo la estela de orgullo que dejan un nombre: Lamine Yamal, y unos dígitos que el mismo jugador se encarga de reivindicar: el 3, el 0 y el 4. Las plazas y calles de Rocafonda se han llenado de la presencia esporádica de diferentes medios de comunicación de todo el país buscando testimonios que confirmen, en una suerte de fábula y romantización de clase, la autenticidad de los orígenes humildes de la joven estrella mataronense.

En esta ocasión, sin embargo, los titulares han llegado con unas connotaciones que, aparentemente, parecen más positivas para los vecinos y vecinas. Ahora, parece que tienen la concesión pública de lucir el orgullo de barrio que les habían querido arrebatar aquellos perversos titulares a los que los tenían acostumbrados los medios y que, a fuerza de desinformar o informar malintencionadamente, han ido cumpliendo su función de hacer prosperar ideas reaccionarias como las que, por ejemplo, tuiteaba sin complejos la diputada de VOX, Rocío de Meer, cuando se refería a los barrios periféricos similares a Rocafonda, como "estercoleros multiculturales".

La idea mediatizada y erosionada de orgullo de barrio es paradójica que llegue justamente en un momento en que parecía que no había ninguna perspectiva de futuro para el mismo. Recientemente, la ciudad metropolitana ha sido receptora de las calabazas de la Generalitat, dejando el barrio de Rocafonda, El Palau y Cerdanyola fuera de la nueva ley de barrios llamada, irónicamente, "Barrios con futuro" y que debía servir para ayudar a barrios con dificultades. En este contexto, no olvidemos que en el año 2023 contemplábamos con preocupación cómo Rocafonda, igual que el barrio de Cerdanyola, aparecía como una zona marcada con el rojo más candente del abanico cromático en aquel conocido mapa interactivo de rentas per cápita que publicó el INE, apareciendo teñidas de azul las zonas más ricas de Cataluña y de rojo las más empobrecidas.

Este rojo, que teñía parte de la demarcación del código postal 08304 y la distinguía así de los barrios más céntricos o más nuevos de la ciudad, representa casi un sello para sus habitantes. Una condición estigmatizadora e identificativa, que a pesar de no ser tangible, parece insinuar que: "si naces aquí, no tienes futuro" o al menos probablemente no lo tendrás. Y a continuación sales con un crotal etiquetado en la oreja por la puerta trasera de tu instituto público construido a base de barracones y, con suerte, acabas en la cola del paro.

En Mataró, estos meses vemos con estupefacción cómo la constructora suiza Stoneweg, como si adoptara la forma bíblica de una nueva concepción divina representada por el turbocapitalismo, ha levantado en primera línea de mar y en tan solo unas semanas, una torre de Babel de 26 plantas con viviendas de compra de hasta 441.000 euros de costo. Este delirio mesiánico sucede en el marco de una ciudad cada vez más empobrecida y más desigual donde la realidad de las personas que viven en los barrios más vulnerables es que los sentimientos de orgullo, se ven atravesados diariamente por los de resignación y resentimiento.

En Rocafonda, precisamente, un joven vecino amigo del conocido futbolista, me denunciaba las humillantes complicaciones que encuentra a la hora de buscar un piso de alquiler en su ciudad, porque, a pesar de haber nacido en Mataró, cuando revela su apellido, que podría ser perfectamente el de su colega Yamal, tiene que escuchar negativas constantes de los propietarios y las fincas durante los trámites de alquiler porque no quieren tener problemas con el vecindario, en un ejemplo flagrante de racismo inmobiliario.

También en Rocafonda, me explicaba el director de la escuela del barrio de alta complejidad Hermanas Bertomeu, desahucian a familias vulnerables de sus hogares en las aceras inmediatas del centro, cuyos maestros y familiares, hace unas semanas se manifestaban por las calles de la ciudad suplicando no quedarse sin la segunda línea de I3, tan necesaria para evitar la segregación y la saturación de las aulas.

Siguiendo en Rocafonda, un educador social del Espacio Joven del barrio se quejaba, un año más, del estrés térmico que tienen que sufrir en su deteriorado e insuficiente equipamiento público (que alojaba antiguamente la añorada y reclamada escuela de adultos de la cual también ha tenido que despedirse el barrio sin ninguna alternativa) y que directamente no cumple las resoluciones de las inspecciones de trabajo.

En definitiva, la pobreza energética, los pisos vacíos en manos de fondos buitre, los hogares sobrehabitados, la falta de espacios de socialización y de ocio o el deterioro del espacio urbano, solo encabezan la lista de adversidades que viven las personas que habitan el código postal de moda, del cual el alcalde del partido responsable de las políticas que han gobernado este desmantelamiento durante años, estos días y de manera oportunista, saca pecho y se enorgullece.

Ante esta situación de desafección y desesperanza, entre los testimonios de la prensa, escuchaba a una chica joven que, abanderando las ilusiones de cientos de niños y niñas que llenan las plazas y las calles del barrio jugando a pelota cautivados por el éxito de su ídolo, defendía que Lamine nos ha enseñado que los sueños se pueden hacer realidad.

Yo no tengo muy claro si los sueños se hacen realidad o no, ni de qué depende esta hazaña en unos tiempos donde hemos decidido intercambiar las aspiraciones colectivas por las individuales. Como escribe Anna Pacheco en su último ensayo "si trabajar muchas horas y muy duro fuera un sinónimo de riqueza, la lista Forbes la integrarían camareros, fontaneros, obreros y gente que trabaja duramente durante muchas horas". Y es que en una sociedad dominada ideológicamente por los discursos de la meritocracia, donde parece que cada vez hay menos ganadores y más perdedores, vale más redefinir el orgullo de barrio como la reivindicación de luchas y victorias compartidas que a menudo quedan a la sombra del foco mediático, así como rescatar de la centrifugadora del ocaso la identidad colectiva y la pertenencia de clase.

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