Manuel Cusachs

Josep Puig y Cadafalch, y la identidad de Cataluña

El personaje de Valores de este mes de septiembre, dedicado al de la Identidad, es el mataroní ilustre Josep Puig y Cadafalch (1867-1956), arquitecto, arqueólogo, historiador del románico y político que presidió la Mancomunidad de Cataluña los difíciles años 1917 al 1923. Una constante en su vida fue la identidad de su país a la que contribuyó con sus aportaciones eruditas en el campo de la arqueología y el estudio del románico y también a través de su obra política. La figura poliédrica de Puig y Cadafalch no se entiende si no se mira desde un prisma global es decir considerando que toda su actividad científica, literaria, arquitectónica, urbanística y política estaba orientada a analizar, afianzar, divulgar la personalidad de Cataluña que situaba en la corriente de la historia griega y romana. La expedición del año 1907 en los Pirineo catalanes para estudiar las iglesias románicas del Valle de Boí y otros lugares, las excavaciones de Empúries (1908) que él dirigió, con el descubrimiento – entre otros - de la estatua griega de Esculapio que arreciaba su hipótesis. El estudio, la investigación y divulgación del arte románico catalán lo convirtió en una autoridad a nivel europeo gracias al cual sería nombrado doctor Honoris causa de las universidades de Friburgo (1923), La Sorbona (París, 1930), de Barcelona (1936) y de Toulouse (1948).

Los monasterios románicos de Sant Joan de les Abadesses, de Ripoll, Montserrat o el de Santo Miquel de Cuixà (Conflent), saben de las investigaciones y reformas que él mismo planificó y dirigir.

A lo largo de su vida compaginó la profesión de arquitecto modernista, la arqueología, el estudio del arte románico y la acción política. “Puig pertenece a aquella generación de catalanes que había aprendido de la precedente, que fue la generación romántica, a venerar las ruinas como medios sugerentes de una historia de la cual podía enorgullecerse”, ha escrito su biógrafo Enric Jardín. A su tierna juventud tuvo tres mentores que lo influyeron mucho en su formación ideológica como fueran lo mataroní Terenci Thos y Codina (1841-1903) poeta, catedrático de economía política con quien coincidió a la fundación de la Asociación Artístich-Arqueológica Mataronesa (1889) y en la Universitat de Barcelona con el suyos profesores de arquitectura Lluís Domènech y Muntaner y Elies Rogent. Imbuido por las ensenyances de estos pròcers se abocó con cuerpo y alma a la investigación de iglesias románicas dispersiones por el territorio catalán e incluso de más allá. No le importó viajar allá donde fuera y poder investigar o también para poder impartir sus conexaments. Él fue Presidente de Cataluña entre los años 1917 al 1923 cuando fue elegido para suceder a Enric Prat de la Riba cuando este murió prematuramente en 1917, al frente de la Mancomunidad de Cataluña. Fueron los suyos unos años difíciles pero apasionantes. Difíciles por el pistolerisme imperante que desestabilizó el país. Y apasionantes porque la Mancomunidad, con pocos recursos, desarrolló una ingente tarea para enderezar el país haciendo llegar las carreteras, la electricidad y el teléfono. Digne de remarcar también la política educativa y la creación de la red de bibliotecas que se expandieron como mancha de aceite. (Mataró estuvo a punto de entregar Can Sierra (suyo del actual Museo de Mataró) para formar parte de la mencionada red, pero la Dictadura de Primo de Rivera, lo abortó).

La dictadura lo echó de la presidencia de la Mancomunidad pero él nunca se rindió y siguió investigando y departiendo sus conocimientos del arte románico allá donde se lo quisiera escuchar. Se hacéis un tip de viajar por todo Europa y el Mediano Oriente. Allá donde había un congreso, un seminario allá iba él. E impartió clases en varias universidades europeas. Todo ello le confirió una aureola de prestigio internacional de gran nivel.

Durante la Guerra Civil (1936-1939) se refugió al sur de Francia donde dirigió la restauración del monasterio de Santo Miquel de Cuixà (Vallespir). Permitidme que os explique una anécdota de cuando era exiliado, que lo retrata bastante bien, y que hemos leído a las “Memorias de la Guerra Civil y del exilio”, de Mauricio Serrahïma, que dice: “Años después, el señor Puig y Cadafalch me decía que, llegado a Perpiñán – gracias a la ayuda de la Generalitat – el día siguiente se fue a una biblioteca, pidió una historia de la Revolución Francesa y se pasó una pandilla de horas leyéndola: cuando salí – me decía – me había sacado, al menos, un peso de sobre. Sabía que aquella furia de asesinar, desbordada, no era característica ni exclusiva de nuestra tierra, y que en otros países, puestos en situaciones análogas, también se producía”.

El año 1941 devuelve en Cataluña y el régimen franquista lo impide ejercer de arquitecto. La Universidad norteamericana de Harvart intercedió ante aquella injusticia. Pero tuvo que marchar de nuevo avisado de que la policía lo quería detener. El año siguiente devuelve. Pero no estaría inactivo. En medio de un mundo hostil – y cuando ya era sexagenario- puso hilo a la aguja para refundar el Instituto de Estudios Catalanes de forma clandestina. Nuevamente la cultura en busca de la identidad de Cataluña era la panacea para enderezar el país.