"Esta mañana hubiéramos hecho caja, pero abrimos por la tarde y nos cae un aguacero. En Mataró no falla, siempre llueve por la Feria!". Enrique Granell es el propietario de la Montaña Goldmine y a la vez el presidente del Gremio de Firaires de la provincia de Barcelona. Es viernes, los niños han tenido fiesta en la escuela, por la mañana ha lucido un solo espaterrant y por la tarde, cuando las más de 130 atracciones que hay este año a la Feria de Mataró empiezan apenas a poner en marcha motores, la lluvia lo aigualeix todo. Qué sería de la Feria sin una de sus muchas tradiciones. Hablamos de nuevo a la cabeza de tres días. El fin de semana ha sido meteorológicamente complicado pero el buen tiempo se acaba imponiendo y las perspectivas sueño buenas hasta el lunes 23 de mayo, el último de los once días de la Feria de Mataró.
Granell pasea por el recinto del Nuevo Parque Central, pleno como un huevo hasta punto de agobio, y se para a saludar y conversar con casi todos los firaires y paradistes. "Esto es como una gran familia", le dice Rosa Román -xurrera desde hace más de 30 años- una frase que se repite como un eco en el gremio. "Y como en toda familia, con algunos te traigas más bien y con otras no tanto, pero aquí estamos para apoyarnos entre todos", añade Francisco Notario, detrás su parada de coco y chufas. La familia es un concepto clave en este mundo: la mayoría de los propietarios de atracciones y paradetes son la tercera o cuarta generación que se dedican, ayudando desde pequeños a sus abuelos y padres hasta que heredan las instalaciones, y esperando que sus hijos lo mantengan. "Pero hoy ya no dejan que los nanos te den un golpe de mano, hasta los 16 años nada!" lamenta en broma Jose Julio Rodríguez, el propietario del mítico 'Pulpo', al pie del cañón desde 1980.
Los niños ya no trabajan a la feria, pero sí que siguen acudiendo en masa, estirando del brazo a sus padres atraídos por las luces delirantes, la música enganxosa y los olores penetrantes. Y esto que la competencia en el mundo del ocio es bestial. "Antes había la feria y poca cosa más, por eso todo el mundo vendía, hoy los chavales tienen la Playstation, las discotecas, los centros comerciales y todo el que quieras", dice Granell. En un mundo donde tantas tradiciones quedan barridas por el adelanto imparable del tiempo y de los cambios de costumbres, la Feria se mantiene de pie, deslumbrando pequeños y grandes. La de Mataró no es una feria cualquiera: todos los firaires lo señalan como una de las mejores de Cataluña. "En todas partes donde vamos coincide con la fiesta mayor excepto aquí, donde la Feria es la Feria y punto", explica José Quirós, que trae el Tren de la Bruja desde hace 60 años.
La Feria de antes y la de ahora
Mataró ocupa un lugar especial para la mayoría de firaires. "Todavía me recuerdo cuando el Camino de la Giganta era todo de arena y aquí donde estamos, un campo de claveles", rememora Quirós en conversación con Granell, que compara el divertidísimo caos que era la Feria de finales de los 90 con el actual, mucho más civilizada. "Todas las casetas y atracciones apiñadas alrededor de la avenida del Corregiment, ni cinco metros de ancho tenía, la gente parecía que fuera en procesión, como sardinas en lata, con la música sonando a todo volumen, todo abierto hasta las cuatro o las cinco de la madrugada. Que bestia era todo aquello! Eran otros tiempos". Rosa, mientras sirve churros a los primeros clientes de la tarde, se suma. "Entonces íbamos todos con nuestra roulotte, nos quedábamos a dormir en la ciudad donde nos instal•làvem, era un poco como un circo. Ahora todo es diferente, todo el mundo cierra la parada y en casa suya a dormir". Nada es igual, quizás, pero pocas cosas mantienen un sabor "de antes" tan intenso como la feria. La obstinación de los firaires es el que lo hace posible, contra viento y marea.