Cuidarse, hay que cuidarse. De esto va este año y la conciencia, de momento, parece evidente y compartida entre los ciudadanos que llenan parte de las sillas que hay por todas partes, allá donde hay de haber conciertos. Arriba de los escenarios, los artistas y músicos doblan esfuerzos. Unos y otros se agradecen el gesto. Todo ello es entre triste y forzado: pero es el que toca. Esto y cuidarse.
Este año esto que antes eran Las Santas se ha convertido en una cosa extraña y el cumplimiento estricto de todas las medidas anti-Covid imprime frialdad a todas las escenas. Pasó el anochecer del 24, el primero tastet descentralizado de este modo profilàctica de ir a conciertos. El primer anochecer de Las Santas con asterisco tenía triple munición de habaneras y doble de rumba y sirvió, también, porque el público probara el que supone ir a concierto, sentar, no moverse, no tener barra. Un tel tristoi empapa el ambiente y es en este contexto que hay que agradecer esfuerzos cómo los de Ay Ay Ay.
Los incombustibles lideratos por Rafalito Salazar se las hubieron a uno de los escenarios gordos. El Parque, donde por cierto la colocación lateral del escenario parece que le dé otro aire. Con más vidas que todos los gatos del mundo, los Ay Ay Ay desgranaron humor, proximidad, letras de socarronería, rumba canónica y sobre todo oficio, naturalidad. Manera de ser. Con el contexto, más que un concierto de ventilador y ánimos era una sesión compartida de curas rumberes, por el alma. Alguien llegó a levantarse y bailar, eso sí, ir a un rincón y separándose las unas de las otras.
Si una cosa tiene Ay Ay Ay es repertorio, por eso lo repasaron. Acabaron, obviamente, con 'Bajo la Palmera' (canción que se tendría que entonar en las escuelas mataronines cómo si fueran unos gozos locales) y el 'Demonio Peludo'. Instantes de alegría. Chispas de fiesta. Ya es mucho.
A la misma hora y también con doble sesión, los Mataró Rumba Ajo Stars también hacían bailar el personal. Desparpajo, clásicos y denominación toponímica justa: que si en la capital del Maresme tenemos pocas cosas para levantar el cabo, conviene no desaprovechar la rumba como patrimonio nostrat. Arriba el escenario, combatieron los elementos impropios y también arrancaron caderas, aplausos y contoneos de ninguno, hasta acabar haciendo levantar el personal.
Volviendo al Parque, y a Ay Ay Ay, la colaboración destacada vino de entre el público. En Rogeli de los Manolos nos volvió al 1992. Ya es mucho. Ya son curas.
Las Habaneras, con más contexto
El corresponsal abajo a mar, a la misma hora, asegura que al Puerto el recital de Mestre de Azuela queda más apropiado ni que sea porque la proximidad del mar posa un contexto propicio. El grupo devolvía a Las Santas y del mismo modo que Los Quemados y Havanéame hizo sonar la canción marinera la noche de Santa Cristina, aquel día que medio por arte de magia y medio por disciplina festiva, resulta que media ciudad se abona al género.
El informe también reporta que "las habaneras ya se escuchan siempre sentados, el formato de este año es el de siempre pero sin quemado". No hay curas de ron pero se llegó a Mi Abuelo. Y hacia casa, que hay toque de queda.
Hoy más.
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