Adrián Villalba es un investigador de Mataró que ha alcanzado un lugar destacado en el campo de la bioética a nivel internacional. Residente en París desde hace años, Villalba ha sido reconocido por segunda vez con el prestigioso Premio de Bioética de la Fundación Grífols, un galardón que pone en valor su contribución al debate global sobre las implicaciones éticas del ADN sintético. Esta tecnología revolucionaria permite construir genomas humanos desde cero, sin material biológico preexistente, abriendo puertas a grandes avances pero también a cuestiones morales y sociales complejas. Su trabajo, fruto de una colaboración internacional con investigadores de Oslo y Lund, aborda temas inexplorados como la privacidad genética, la reproducción y los nuevos conceptos de parentalidad, situándolo como una figura clave para entender los retos de la ciencia contemporánea.
Villalba, que ya había publicado un primer libro de divulgación científica y prepara un segundo volumen, destaca la importancia de regular tecnologías como el ADN sintético para garantizar un uso responsable. En este contexto, defiende la necesidad de normativas claras para evitar riesgos sociales, como la manipulación genética o la creación de vínculos artificiales, y para aprovechar sus beneficios, como la personalización médica o la lucha contra enfermedades.
¿A qué te dedicas exactamente?
Soy científico, hago investigación y vivo en París haciendo investigación en biología humana, en desarrollo embrionario. Nosotros estudiamos a partir de abortos voluntarios que se donan a la ciencia; con sus tejidos exploramos las células que producen insulina en el páncreas. Estas células solo se forman en un periodo de nuestra vida, cuando estamos en el útero de nuestra madre, es decir, que un bebé nace con el mismo número de células productoras de insulina con las que morirá. Nosotros intentamos imitar este proceso para producir en el laboratorio estas células y que se puedan trasplantar a pacientes con diabetes. Se podría decir que intentamos imitar a la naturaleza para lograr lo que solo ocurre en embriones.
¿Cómo va la investigación?
Somos un consorcio de cinco universidades con unas cincuenta personas, y la idea es que en 2025 ya tengamos nuestras células y podamos enviarlas a la EMA para que evalúe si se pueden aplicar en trasplantes o no.
¿Eso es el ADN sintético?
El ADN sintético ya se ha utilizado en bacterias y microorganismos y algún día podría utilizarse en humanos. El ADN es un conjunto de moléculas que tenemos dentro de nuestras células y que nos hacen tener características diferentes. Cuando nos reproducimos, pasamos la mitad de los cromosomas a nuestros hijos, que tienen la otra mitad de nuestra pareja, y por eso se transmite generacionalmente de forma parcial. Por eso los hijos se parecen a los abuelos. Lo que ahora sabemos hacer es construir ADN. Esto en humanos todavía se ha hecho de forma muy mínima, pero a nivel de bacterias, por ejemplo, se está intentando diseñar un bacteria que compense el cambio climático.
¿Se puede decidir cómo será un bebé?
Es un campo muy amplio por recorrer donde aún no estamos, pero debemos contemplar en el ámbito de la reproducción asistida. Por ejemplo, si sé que tengo una enfermedad como diabetes o alergias y no quiero que mi hijo las herede… con ADN sintético en un futuro se podrían cambiar estos elementos. Queremos estudiar todo esto de manera teórica: ¿es ético o no es ético? Hay mucho debate sobre esto, por los usos que puede tener, tanto positivos como negativos.
Los bebés de diseño...
Es un término que a veces se ha usado mal, pero lo que realmente sería revolucionario sería crear desde cero, definir las características genéticas de un bebé. Sin embargo, creo que es importante siempre tener en cuenta todas las implicaciones. Este es un tema peligroso porque, en Europa no, pero en China o Estados Unidos tienen una cultura de la investigación muy diferente. Lo que siempre digo es que hay que tener presentes los límites éticos de este campo, hace falta conciencia. En China hubo un caso de dos niñas ‘de diseño’, pero no se tiene constancia del seguimiento. En este ámbito la reflexión ética es clave, porque si yo diseño a mis hijos genéticos desde cero y tú no, quizás ya hay una desigualdad de entrada. Hay que ver dónde ponemos la línea.
¿Quién define los límites éticos?
Es un campo de la Unión Europea, en nuestro caso. El siglo XXI es el siglo de la ciencia, pero después hay gobernantes que no se informan ni cuentan con esta para su ejercicio. No tomar decisiones científicamente informadas cuesta vidas, como vimos con el caso de Dana en Valencia. Es necesario que las administraciones competentes tomen cartas en el asunto porque ámbitos como los bebés de diseño ya están prácticamente aquí y hay que decidir qué está por encima y qué por debajo de la línea. No es futuro, es presente.
¿Cómo es un día a día en París?
Llego al laboratorio a las nueve de la mañana, y entonces nos llegan los abortos. Trabajamos justo enfrente del hospital. Hacemos disecciones, cada uno en su especialidad. Yo trabajo el páncreas y, dependiendo del tipo de experimento, hacemos disgregación o microscopía en 3D. Seguimos las células que buscamos, experimentamos. De nueve a cinco cada día manipulamos las texturas, las estudiamos. Es un trabajo bastante rutinario, muy paulatino y se tarda mucho en obtener resultados. No tenemos momentos ‘eureka’. Vas acumulando datos y trabajando paso a paso.
Eres investigador y divulgador.
Demasiadas veces parece que los científicos estemos encerrados en una torre de marfil, y eso es problemático. Si el año que viene la EMA nos dice que podemos trasplantar pacientes con nuestras células, significará que podremos trasplantar a diabéticos y que estén un año sin necesitar insulina. Por lo tanto, puede ser un beneficio directo para la gente común, y por eso hay que explicar bien qué hacemos y por qué lo hacemos. Soy un firme defensor de democratizar la ciencia: no debemos reflexionar solo los científicos sobre un tema como los bebés de diseño, hay que involucrar a toda la sociedad. Para mí, unir la parte científica con la parte de la calle es necesario y debemos abordar debates y reflexiones.
¿Qué otros avances puede protagonizar la biomedicina?
Las enfermedades metabólicas son la verdadera pandemia de este siglo: hay 600 millones de personas con diabetes, contando tipos 1 y 2, y por eso hablamos tanto de ello. Pero también está, por ejemplo, todo lo relacionado con las células madre, que pueden permitir actuar en lesiones medulares y que personas parapléjicas recuperen movimiento. Y con la inteligencia artificial podemos trabajar las proteínas para mejorar los fármacos. Están saliendo medicamentos en cuestión de meses que antes habrían tardado 20 años.
¿Te gustaría tener cargos de responsabilidad?
No. No me veo ni en la llamada diplomacia científica. Me encanta la investigación y me genera adrenalina. Cuando hay comprobaciones, pequeños progresos, satisface mucho. Siempre hemos ofrecido nuestro conocimiento a los gobernantes y políticos: las reflexiones y artículos son abiertos y están a disposición de todos. Mi ejercicio es una responsabilidad, tengo una deuda social con la sociedad: si Francia y Europa pagan mi investigación, yo debo ofrecerles conocimiento y poner información sobre la mesa para las decisiones que sean oportunas.
¿Mantienes el vínculo con Mataró?
No me fui a París voluntariamente. El problema era el nivel y el sistema de investigación aquí, y que una estancia en el extranjero te da muchos puntos. Elegí París porque está a una hora y media en avión de Mataró, y siempre procuro venir cada pocos meses. A nivel familiar y personal, quiero volver aquí, espero que más pronto que tarde. Aquí no puedo tener el trabajo y el sueldo que tengo en París. Esto le ocurre a mucha gente. Yo quiero volver a Mataró, me gusta mucho.
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