Mataró ha entrado al 2023 con la última recuperación festiva, ritual y social que le había quedado pendiente el 2022. Volvió l Oca, la Operación Fin de año, la fiesta popular. Y la imagen de la plaza de Santa Anna llena a rebosar acredita las ganas que había de volver a hacerla gorda.
Era la décima edición de la Oca, en 13 años. Hacía dos años que por culpa de la Covid no se había podido hacer. Y encima la noche era extremadamente cálida y benigna para lo que se supone que tiene que ser Fin de año. Si bailabas te sobraba el abrigo, vaya. Y la Oca va precisamente de esto. De reencontrarse y bailar. Y a fe que se bailó y de lo lindo: más de cinco horas.
Mezcla de edades y músicas
Musicalmente había un rincón más específico, un escenario pequeño con reggae y electrónica. Ya en la anterior Oca, la de darle la bienvenida al 2020 había habido este segundo ambiente. Pero la gran mayoría de la plaza jugaba al sonido del escenario principal donde los Djs Amab y Dubmas. Estos bordaron el que se espera de una verbena popular: un poco de todo y mucho nada, sin demasiada coherencia ni criterio más allá de bailar y hacer bailar: coger perspectiva y ver la Plaza era la prueba del algodón, no había ni una cabeza que se estuviera quieto.
Y de todas las edades, que esta es la gracia. La Oca es cómo una noche de Las Santas en el Parque o cerca del mar. Todo el mundo que lo quiera encuentra su rincón.
Gente que le tocaba hacer cola. Cola por tickets y cola por los lavabos (lástima que no tuvieran que pie derecho y que la Muralla de en Titus se convirtiera en un lavabo incívic al aire libre) y a pasar por la barra.
Relevo necesario
La Oca llenaba a rebosar la Plaza de Santa Anna en la última edición de la fiesta de la tercera generación al frente de esta fiesta. La fiesta que se basa en el voluntariado sigue necesitando más implicación para volver de aquí a un año. Parece que podrá haber relevo, dicen. Y es buena noticia porque después de esta décima edición es clamorós que no se puede dejar perder. Empezar el año así es espaterrant y, ya se puede decir, genuinamente mataroní.
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