Mataró ha empezado a salir hoy del bache emocional de la pandemia. Sí, cuando marca los peores registros. Sí, cuando la sexta oleada bate récords de contagios. Sí, cuando estamos de toque de queda. Sí, cuando a la trinchera de la sanidad se sigue combatiendo con todo. Sí, cuando el punto final de este maldito virus parece lejano o, como mínimo, temerario de aventurar. Pero después de 22 meses de amodorramiento, de forma etérea y passavolant, Mataró se ha reencontrado. La Cabalgata de Reyes ha hecho su trabajo.
Epifanía quiere decir manifestación. La cita con los Reyes supera en mucho el motivo litúrgico y acontece el acto principal de expresión ciudadana de todos los de la ciudad. Solo la Feria y los Fuegos de Las Santas son al mismo podio que la Cabalgata: un estallido compartido, cuando más miles de mataronins sale a hacerse la calle suya, cuando de la manera más cómplice abuelos, padres e hijos pacto el hechizo único de la magia única del día. La de este 2022 ha sido una epifanía especial. Rotunda y extremadamente cívica. Dicen que la perfección no existe, pero el cumplimiento estricto de la norma de llevar mascareta se ha acercado. Hacía falta la Cabalgata por el que supone, por el agror del año pasado de ausencia y también por autoafirmació ante el tiempo ingrato de la pandemia. La gernació ha sido la de siempre.
Tanto le hace que el sentido lo hayan cambiado o que entre brigadas, personal y seguridad acabe por haber más personas de fluorescente y seguridad que de figurants. Poco importante, por un día, el ahorro de caramelos dictado por protocolo pandèmic y ve a saber si, cómo otros cosas, no se querrá aprovechar para instaurar. Más curioso que relevando las batzegades de ritmo, irregular con carrozas yendo a destajo sobre todo al principio y el pasacalle más sincopada a partir del Camino de la Giganta.
La quitxalla y sus fanalets, los padres velando el lugar, el ir y volver de gente alrededor han sido los elementos habituales. Con ellos, la ilusión de reencontrarse con las carrozas que hemos viste casi toda la vida iguales, en medio de las cuales destacaba la nueva, la mina de carbón, sobria y elegante. Más que digna. Mirando la corrua, sentimientos diversos. Ojos como platos de los pequeños, padres consolados que el relato con Cabalgata se aguanta mejor y también la añoranza de quienes y lo que no han podido ser (elementos habituales incluidos, desde la escala vieja de los Bomberos al tranvía o la carroza de los juguetes que han desmontado a piezas).
Sin punto final concelebrat, ha sido cómo si la Cabalgata cruzara pero no feneciera. Pasara y se fuera. La principal sensación, pero, en medio de un gentío de mascaretes con caras debajo ha estado de ocasión reencontrada, de pequeño pedazo de antigua normalidad queixalada a la dieta social, festiva y cívica con la que llevamos dos años pasando hambre. Volviendo a casa vistos los Reyes, a dormir pronto se llama. Mañana habrán pasado y lunes empezará un nuevo trimestre y, de todas, un nuevo año. Ya se verá si no son los Reyes, también a nivel ciudadano, la única epifanía del curso.
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Cabalgata de Reyes 2022. Foto: R.Gallofré
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