Coinciden a Mataró unas cuántas promociones de sectores urbanísticos al frente marítimo y, con ellas, el astorament de algunos ciudadanos ante el que consideran una proliferación de edificios altos que, bien por motivos estéticos o bien por razones urbanísticas (densidad de población o acceso a las vistas al mar), valoran negativamente. Arcadi Vilert, que me precedió de regidor de Urbanismo (en el periodo donde se idearon estos sectores, a principios de siglo, desarrollando el Plan General de los años noventa), pedía siempre que le planteaban esta cuestión una caja de tabaco, cómo las cuatro fotos del encima, y explicaba el que ahora os diré. Después haré un par de apuntes más.
La teoría de la caja de tabaco
El Arcadi nos decía que, si hagamos ver que la edificabilidad prevista al Plan General es la de la caja de tabaco de la primera figura, ciertamente, los edificios son más bajos, pero también lo es la ocupación del suelo. En una ciudad cómo Mataró, limitada por las montañas y el suelo agrícola de las Cinco Norias, necesita liberar suelo tanto por las zonas verdes cómo por los vials, si los vuelo anchos, aceras incluidas. Por eso, si elevamos la misma edificabilidad pero hacia arriba (figura 2, por ejemplo, la Plaza del Gas), liberas suelo pero no bastante.
Si todavía lo elevamos más, continuando con la misma edificabilidad (figura 3), liberas todo el suelo posible, pero mantienes un cierto efecto barrera (como las figuras anteriores) respecto al mar, que afecta las vistas, sí, pero también las corrientes del aire. Por eso, la edificabilidad de los nuevos sectores urbanísticos hace un giro y se asemeja a la figura 4. Se mantiene exactamente la misma edificabilidad prevista al principio, se libera todo el suelo posible y se permite las vistas y el efecto higiénico de las corrientes de viento del mar. No hay, pues, "más pisos", sino que están posados de otro modo.
Crecimiento o retención?
Hay quién, con una cierta nostalgia, opone argumentos estéticos. No puede ser, dicen, que Mataró pierda su carácter de ciudad mediterránea, su fisionomía de pueblo del Maresme, y a veces lo ilustran con fotos antiguas. Bien, es una tendencia habitual y explicable, especialmente cuando nos hacemos grandes. Pero el cierto es que, a banda que hace siglos que la vocación de Mataró es claramente la de ser una ciudad (un lugar con ascensores, entre otros cosas), la ciudad sufrió su cambio más espectacular hace unos sesenta años. En menos de una década, triplicamos la población. La actividad industrial se especializó y colocó las factorías donde podía, también donde ya había, cerca del mar (que era considerado un lugar residual, nunca más muy dicho). Fue entonces que perdimos algunas cosas (y que el afán de protección patrimonial, ya recuperada la democracia, evitó que del todo). Cambiaron muchas cosas, y me temo que por siempre jamás. Por bien y por mal.
Cambió, por ejemplo, nuestra economía, exactamente cómo lo hacía el conjunto de España después de los planes de estabilización. Y más que ha cambiado, y cambiará, de entonces acá. Cambió tanto la composición cómo el número, cómo he dicho antes, de los habitantes de la ciudad. Los cambios posteriores de la economía, ahora hace veinte años sobre todo, significaron una nueva aportación de población, no tan abrupta pero más constando, en este caso proveniente del Magreb. Todo esto los mataronins no lo decidimos, esclar, no somos un atre planeta. La cuestión era, y es así siempre, cómo aprovechamos los vientos de la historia para mirar que nos sean propicios. Y en esto estamos.
Una de las preguntas habituales, pues, es si la ciudad tiene que apostar por el crecimiento o no. Es una pregunta que a veces encuentro absurda. Si nuestra economía necesita mano de obra, y nosotros queremos apuntarnos, necesitaremos mano de obra, haciendo más hijos o haciéndolos hacer a los de fuera. Son habas contadas. Obviamente, esto precisa de una política de flujos migratorios determinada, que no depende tampoco de nosotros (y de aquí venden muchos problemas). Si, por los efectos de la robotització o del que sea, faltan menos, pues no hará falta. Bien, también podemos descolgarnos de la economía y rebajar población cómo, de mal grado suyo, pasa a Detroit.
A mí me parece, en cambio, que, sobre todo urbanísticamente, nos tenemos que preparar por la ciudad que vendrá y, por lo tanto, mirar de absorber el crecimiento. El que generamos a partir de nuestro crecimiento vegetativo y a partir de nuestra capacidad de atracción laboral. El riesgo es que los hijos, o los nuevos, si no pueden ir al Mataró estricto vayan al Mataró real: los más ricos en los pueblos del cercando (algunos con las rentas más altas de Cataluña) y los más pobres en alguna nave abandonada, cómo hemos visto trágicamente estos días a Badalona. Hay que mirar, pues, de atraer trabajo de calidad, competitiva en el mundo donde somos, y, con ella, el talento de las personas que viven.
No, los pisos altos no arreglan todo esto. Pero una política combinada entre innovación económica, control de fluxes, gestión del espacio público y una oferta cívica como la que podemos ofrecer (cultural, asociativa, deportiva, paisajística...) sí que puede hacer bastantes cosas.
Hay otros problemas asociados, sí. Por ejemplo, el acceso a la vivienda, a pesar de que estos sectores incluyen promociones de vivienda de protección oficial. O la dotación de servicios públicos (educativos, sanitarios, etc.), por los cuales también los sectores mencionados prevén reservas de suelo. Que no habrá basta? Seguramente no. Pero que ayudarán, esto también.
Quizás es por eso que, a pesar de criticarlo su día, durante los cuatro años que CiU ostentó la alcaldía, no hiciera ningún cambio sustancial.
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