Las despedidas siempre son difíciles y, cuando se dan, remueven sentimientos. Tristeza, melancolía, recuerdos… se combinan con aquella sensación de no haber expresado antes todo el que suponía alguien o algo. Cuando cierra un establecimiento se activa automáticamente este mecanismo. Cuando corrió, mediante el típico letrero inmobiliario, que el Isaac había cerrado ya estuvimos. Otra pérdida, todo pasa abajo…
Más de tres décadas contaba la Isaac impertèrrit allá al Camino de la Giganta de Mataró. Cómo le había cambiado la vista, delante, de aquellos campos, sorrals, caminos y torrentes de antes del Parque Nuevo al que tenía de perspectiva ahora. Y el Isaac ya estaba, cuando literalmente todo aquello eran campos. De hecho podría bien ser que nunca fuera el último grito de ningún tiempo. El hechizo del Isaac era este. No engañaba, pero estaba. Un bar y un restaurante que costará no ver allá, entaforat a los bajos del edificio residencial, con salida también por la calle de Guifré el Pilós.
Al Isaac iba bastante gente. Si hablara el frontal, casi a todas horas un ruido de cafés, o bocadillos, o comidas o copas unas cuántas generaciones podrían quedar retratadas. había lo delante y el detrás, el amplio salón. Ya no quedan muchos de restaurantes con aquella capacidad. Tablas y tablas. Al Isaac, adentro, se entraba a celebrar. Convites, celebraciones, comer o cenas. Pero cosas cuantiosas de personas. El Isaac era el penúltimo de los restaurantes de cenas masivas.
Y sobre todo aquella sangria!
Y en estas cenas, entre la gente joven y también la que lo era menos, un rasgo distintivo destacaba por encima del resto. No eran las pizzas, que no aparecerían a mucho rankings a las mejores de la ciudad, ni mucho menos. No era el tec sino el mam. Por la bebida más conocida del local, la única e inimitable sangria azul de la Isaac. Ha cerrado el lugar, nos hemos quedado por siempre jamás con siete de aquel beuratge.
El Isaac servía la sangria más curiosa del Maresme. Una sangria de cava y unas cuántas cosas más, entre de ellas el conocido 'blue tropic' que hizo fortuna hace años como colorante de combinados, de aquellos tiempos que iban en vaso de tubo. Cuando ballon no era nombre de copa. Al Isaac, de dentro, sacaban las jarras llenas de líquido azul, fresco, dulce… todos los elementos que invitaban en el momento a ver que aquello tenía más peligro que un militar borracho con un sable (de los de verdad, no de Santo Simó).
Generaciones enteras de mataronins han escogido la Isaac por aquella sangria dulce y perversa, fresca y assedegant, potente y repercutidora. Los raíles de muchas noches empezaron a gañir allá, cuando te la servían con rapidez de buenas a primeras a punto porque siempre se contara en plural porque cuando llegaba el plato ya no había moratón a la jarra.
Muchos hemos tenido historias inverossímils que han empezado o se han regado con aquella sangria De otras muchas, seguramente, directamente no nos recordamos. Muchos domingos lo hemos llegado a maldecir con la misma intensidad que ahora haríamos otro vaso para perdernos… Otra pérdida, aquella sangria azul de la Isaac!
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