La gracia de los turrones de toda la vida
La gracia de los turrones de toda la vida

Cugat Comas

La gracia de los turrones de toda la vida

Que la proliferación de ejemplares únicos, atrevidos y original no nos haga olvidar los gustos que siempre han tenido los postres más clásicos de Nadal

"Y'viene seen things you people wouldn't believe…", que dicen a Blade Runner. Sí, hay cosas que hemos visto que muchos ahora no se las creerían. Hemos viste cuando el pollo era más caro que el bacalao o cuando lo gintònic era solo gintònic y no tener que escoger una ginebra y una tónica. Aquel gintònic sórdido de vaso de tubo parece mentira que sea el mismo que la ofrenda a la pedantería y la filigrana en la que algunos convierten el combinado. Hemos viste cuando los camareros eran camareros y había wiskeries, cuando no existían gastrobars y cuando se almorzaba o se hacía el vermut, pero no sabíamos qué era uno brunch de estos que ahora están en doina.

Bajar a la tienda o al supermercado ahora, en fiebre de llumetes navideñas, es sinónimo del escampall de producto dulce y de temporada más llamativo y extensivo del calendario. Hay unos tendidos de turrones, panettones, chocolates, caramelos y barquillos que parecen barricadas de Los Miserables de Víctor Hugo. En algún caso haría falta una brújula y perspicacia de criatura salida de una madriguera escucha para deshacer el laberinto de algún supermercado.

Hay cosas que muchos ahora no se creerían y que tienen que ver con esta frenesia desatada. Y es que hace años (y cerraduras, cuando nos vamos allá en el tiempo siempre decimos esto de años y cerraduras) los turrones eran pocos y simples, de gustos concretos y no este abanico inacabable de variaciones, inventos, gustos, exotismos y equilibrios que vemos ahora. Sí, no hay que ir a la edad de bronce para recordar cuando no existían turrones de gintònic (antes hablábamos) de té, de papaia, pistacho o de limón y naranja amarga.

Somos fanáticos de esta investigación permanente, de la originalidad y la ocasión única, del inconformismo de los maestros pasteleros que tenemos cerca, del reto que entomen de sorprender, investigar, hacer, probar, repetir y perfeccionar. Sí. Pero también queremos ser partisans de la cosa clásica y ancestral que suponen los turrones que siempre hemos recordado iguales a tabla, de los gustos que siempre han tenido los postres de Navidad.

Iema, Alacant, xixona i xocolata

Y venga turrones, que duran y duran

Unos postres en forma de plata, con los turrones dispuestos. Cuatro tipos, como cuatro ases en una pelea de cartas ciompletant la hilera del solitario. En primera instancia la aparición te parece sobrera, porque puedes estar tip por la fartanera lógica de la comida o la cena de turno. Sin prisas, pero, te cautiva uno o la otro aspecto y la tentación cuando te lo acercan o cuando te preguntan siempre es recaer en "la uno de cada" más rutinario y sincero, que quizás querremos aliñar con una queja más cosmética e impostada que real sobre la medida del corte propuesto.

Cerramos los ojos y visualizamos la plata y en ella los turrones de toda la vida

  • El de iema: delicado, tierno, dulce, de carnositat flàccida. Homenaje al huevo y a los azúcares y a los placeres. Vigiláis que tienen vicio y que hacen de buen puntejar con el barquillo, como rellenándola. Hay auténticos catedráticos de cómo tiene que ser porque sea bueno de verdad (y también teorías tiquis miquis) y teoremas que explican que el mejor es congelarlos y descongelarlos. En todo caso, frescos y artesanos son inmejorables. Los que se hacían a Can Milagro y a Can Joan eran imbatibles, por lo tanto a Mataró los podéis buscar en sus herederos directos o indirectas.
  • El de xixona: aquí podemos pisar ojos de piojo si realmente vamos estabornits de la fartanera de alguna comida. Somos ante un clásico que todo el que tiene de tupit lo tiene de calórico y contundente, un conglomerado de avellana que es plácido incluso de engrunar. Hay familias que tienen el hábito de hacer kilómetros para irlos a buscar de allá donde siempre los han tomado. Aconsejable y pertinente siempre el cava o la copa cerca porque pueden hacer toser. Suele haber quién dice que no hay por lo tanto, con la xixona y el que eleva la categoría: el turrón de verdad es este y el resto son versiones, dirá.
  • El de chocolate: aunque nos lo quieran hacer ver o creer no, no toda la vida ha habido el turrón de chocolate con leche y arroz, dulce, bono, goloso y punyetero como él suele. Del Suchard e imitaciones ya se habla bastante, el clásico de chocolate es el de aquel grueso de dedo gordo, hecho con frutos secos (sobre todo almendras) envuelta de un chocolate bueno. Con un tacto como seco, menos amorosit que los más comerciales pero a la vez más adecuado, como primo hermano del de xixona.
  • El de Alicante: también conocido como "el llevar". es imprescindible. Agramunt no es a Alicante, pero se reivindican con razón como ombligo del mundo de este turrón. En este caso, tres comentarios a hacer. El uno, que la manera de trocearlo es una práctica de deporte navideño. Hay quién se lo carga a golpes, quién aplica fuerzas y presiones de osteòpata o quienes desenvaina un cuchillo y una mano de mortero especiales. El segundo, que cuando el entomem nos situamos ante el reto final por la buena salud bucodental de los comensales que también son estos días. Y el tercero, que si es de fácil masticar y tiende a flàccid, con una pasta que se esllanegui en lugar de mantener una buena rigidez quizás ya no es Navidad o unos han dado gato por liebre.

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