Se acaban de cumplir exactamente doscientos años del nacimiento del mataronés Josep Barceló i Cassadó (Mataró, 28 de noviembre de 1824-Barcelona, 6 de junio de 1855). Aunque la efeméride ha pasado desapercibida, también en nuestra ciudad, estamos hablando de uno de los padres del movimiento obrero en Cataluña y, para muchos, el primer mártir de la clase obrera en el país (si es que la clase obrera puede circunscribirse a un país del mundo). Fue vilmente asesinado con tan solo treinta años como resultado de una movilización que lideró, junto con otros compañeros, en Barcelona. La indignación por su ejecución provocó la primera huelga general de la historia en toda España, que tuvo lugar el 2 de julio de 1855. Recordemos que estos eran años muy agitados a nivel general, durante el reinado de Isabel II, caracterizado por la inestabilidad social y política. En 1854 había triunfado la revolución de la Vicalvarada, que se produjo tras el pronunciamiento del general Leopoldo O'Donnell, poniendo fin a la llamada Década Moderada y dando paso al Bienio Progresista (1854-1856), bajo la presidencia del general Baldomero Espartero, en el que el Partido Progresista intentó reformar el sistema político dominado por el Partido Moderado desde 1843.
Nacido en Mataró hace dos siglos, se conocen pocos datos sobre su biografía, aunque sabemos que sus padres fueron Teresa Cassadó y Josep Barceló, un tejedor de lino de Banyoles. Hilador de profesión y destacado militante asociativo y obrerista, a principios de julio de 1854, junto a Ramon Maseras, Miquel Guilleumas, Antoni Gual y Josep Nogués, encabezó el grupo más radical de la Sociedad de Hiladores y Tejedores de Algodón de Barcelona. Este grupo se oponía al uso de las selfactinas –máquinas automáticas de hilar, del inglés self-acting– porque consideraban que eran responsables del aumento del desempleo en el sector. El día 14 de ese mes, la Comisión de las Clases Obreras decretó el boicot a las selfactinas y el movimiento derivó en la quema de algunas fábricas y talleres, como ya habían hecho antes en Inglaterra los llamados luditas. Aunque posteriormente, las movilizaciones continuaron desarrollándose de forma pacífica. El economista y político catalán Laureà Figuerola defendió fervientemente la mecanización de las fábricas tanto en debates en las Cortes de Madrid como a través de artículos en la prensa, lo que generó una polémica en los periódicos con Barceló y sus compañeros.
Para conocer esta época en nuestra ciudad, es imprescindible acudir a la obra de Francesc Costa i Oller Mataró liberal 1820-1856. La ciudad de los burgueses y los proletarios, Premio Iluro de 1984. Respecto a las movilizaciones ocurridas en Barcelona, Costa explica su repercusión en Mataró: "en Mataró estos mismos hechos tuvieron una componente ciertamente original. El 15 de julio, el consistorio y el pueblo se adhieren al pronunciamiento. Por este motivo, se reunió mucha gente de localidades vecinas y, entre los grupos de campesinos reunidos, se incubaba un espíritu de revuelta (...). Al final no pasó nada y se restableció el orden con el apoyo de los proletarios del textil, que estuvieron en primera línea en la defensa de las fábricas. Una actitud distinta a la protagonizada por los obreros de Barcelona, quienes organizaron los incendios y destrucciones. Entre los líderes obreros que participaron en estos hechos se mencionan a Ignasi Baset, Josep Martí, Carles Oriach, Salvador Palmarola, Jaume Batlle y Desideri Oriach, entre otros. Para evitar que se reprodujeran los hechos, días después el ayuntamiento acordó medidas de seguridad con la intención de "precaver cualquier ocurrencia que en lo sucesivo pudiera perturbar la tranquilidad pública y defender la propiedad y seguridad personal".
El caso es que Josep Barceló, presidente de la citada Sociedad de Hiladores y Tejedores de Algodón de Barcelona, se reunió en aquellos días con el capitán general de Cataluña, Ramón de la Rocha, quien acabó publicando el 25 de julio de 1854 un bando prohibiendo las selfactinas. Tiempos antiguos, pero debates de absoluta actualidad, como el de la sustitución de tareas humanas por máquinas, que hoy llamamos revolución de los robots. Aunque sería temerario comparar la situación de mediados del siglo XIX con el desarrollo de la inteligencia artificial que vivimos en la actualidad.
En un interesante reportaje de Eloi Sivilla publicado en 2012 en la serie Tot Història del desaparecido semanario Tot Mataró, titulado "La revolución industrial en Mataró", se explicaba que el proceso de industrialización cambió la fisonomía de nuestra ciudad, "que fue creciendo a medida que surgían nuevas fábricas que se podían ver desde el otro extremo de la ciudad gracias a sus altas chimeneas. Las nuevas fábricas, la mayoría de género de punto, se construyeron en tres zonas bien diferenciadas: junto al mar, por su proximidad al tren; en la entrada de Mataró por el Camí del Mig, y en la otra parte de la ciudad, alrededor de lo que hoy es la Plaza Fivaller. En Mataró, como en el resto del Estado y del continente europeo, la precariedad laboral, el hambre, el analfabetismo y las malas condiciones de vida eran el pan de cada día de los trabajadores y trabajadoras de las fábricas. Por eso surgieron diversas iniciativas y asociaciones que intentaron combatir y paliar estas precariedades sociales de la clase obrera (...). A lo largo del siglo XIX, Mataró se industrializó y vio crecer su población gracias a la llegada de gente de otras localidades de la comarca y de Cataluña, pero también de otros lugares de España. La gente venía a trabajar en pésimas condiciones en las fábricas, y esto provocó muchos conflictos sociales". Explica Francesc Costa i Oller en su trabajo La revolución industrial en Mataró: etapas de la mecanización que "la implantación de motores a vapor comienza en Mataró en el año 1839, cuando entra en funcionamiento la primera fábrica de hilados impulsada por un motor de vapor de 20 caballos. Este hecho marca el inicio de la revolución industrial en la localidad. La instalación de motores de vapor se consolida a lo largo del siglo XIX, y así en 1854 ya había nueve fábricas de hilados que sumaban unos 200 caballos. Hacia los años setenta, al construirse motores de menor potencia y precio más económico, se instalan también en otras industrias, carpinterías, productos químicos, tintes, destilerías, bombas de agua para riego, etc.". Respecto al motor de gas, Costa explica que "en Mataró, el primer motor de gas se instala en agosto de 1876, con mucha oposición de los vecinos debido al ruido. Es el de Josep Andreu, fabricante de chocolate en el Carreró número 17". En cuanto al motor eléctrico, según el mismo autor, "Mataró cuenta con una fábrica de electricidad desde 1897. La construye la Sociedad General de Electricidad SA (SGESA), y la primera industria en electrificarse es, en 1899, la de género de punto propia de Isidre Sanfeliu, con una máquina de 4 CV. Por electrificación debemos entender la inversión en motores eléctricos para mover las industrias, y no generar corriente para iluminar los establecimientos, algo que antes de la electrificación ya hacían algunas fábricas con máquinas de Gramme incorporadas a sus motores de vapor y gas (Colomer, Cabot, Fonrodona, Escubós, Marfà, etc.). Una industria pionera fue Busqueta y Sala, que a menudo, en ocasiones de grandes festividades, iluminaba la Riera". A mediados del siglo XIX, en nuestra ciudad había unas 150 fábricas. La primera línea de tren de la España peninsular fue, como sabemos, la Barcelona-Mataró, inaugurada en aquellos años, concretamente en 1848. Para entender la historia de nuestra ciudad resulta particularmente interesante saber qué ocurrió en aquellos años.
En otro artículo de Eloi Sivilla en la citada serie Tot Història, se explica cómo, con la mecanización de los trabajos agrícolas, muchos campesinos emigraron del campo a la ciudad, también hacia Mataró. Esto provocó que ciudades como la nuestra experimentaran un cambio demográfico y sociológico muy importante que, obviamente, conllevó el auge de la clase obrera, que fue tomando conciencia de su situación, caracterizada por la precariedad en todos los niveles. Como explica Sivilla, en aquellos años, en las fábricas de Mataró, "el horario laboral era de entre 10 y 12 horas diarias de lunes a sábado. Los trabajadores veían al propietario de la fábrica como el amo (...). Los contratos de los obreros, la mayoría de las veces, eran verbales y cobraban a destajo o por jornadas según la producción de cada trabajador o los días trabajados. Esto hacía que los trabajadores, en caso de enfermedad o ausencia, no cobraran. Los salarios se ajustaban al tipo de trabajo realizado, valorándose la habilidad por encima de la fuerza. Por ello, muchos empresarios empezaron a contratar mujeres y niños. Estos tenían manos más pequeñas y podían realizar trabajos más minuciosos, además de cobrar menos y ser más dóciles que los hombres. La precariedad laboral era evidente, y los accidentes y muertes en las fábricas estaban a la orden del día. Además, la falta de ventilación en las fábricas, las altas temperaturas y la inhalación de humos provocaban muchas enfermedades respiratorias que los obreros llevaban a casa, terminando muchas veces con la vida de los más pequeños". Además, como recuerda Sivilla, "en casa las condiciones de vida no eran mucho mejores. Los obreros solían vivir en plantas bajas con mucha humedad, donde convivían familias muy numerosas o, incluso, varias familias en espacios muy reducidos. Además (...) la alimentación tampoco era muy buena. (...). Durante esta segunda mitad del siglo XIX, la mortalidad infantil en Mataró era muy elevada, sobre todo en el primer año de vida de los bebés (...). Todas estas malas condiciones laborales y de vida de la clase obrera hicieron que los trabajadores comenzaran a agruparse en asociaciones, cooperativas y sindicatos para combatir las desigualdades e injusticias que sufrían". Y claro, como también recuerda Sivilla en el mismo artículo, "mientras la clase obrera malvivía en casas pequeñas, húmedas y oscuras, muchos de los dueños de las fábricas se enriquecían y cada vez tenían más poder económico, social y político". A pesar del paso del tiempo, vemos cómo esta situación sigue dándose en muchas partes del mundo, un mundo donde la desigualdad impera y donde el esfuerzo y el trabajo de amplias capas de la sociedad no repercuten de forma justa en su propio bienestar.
Volviendo al libro de Francesc Costa i Oller, Mataró liberal 1820-1856. La ciudad de los burgueses y los proletarios, en su cuarta parte, imprescindible para conocer la estructura social de la ciudad, el autor explica que "dos elementos aparecen como claves en el agitado periodo 1840-1843: por un lado, los tejedores organizados, y por otro, los republicanos. En años anteriores ya existían diversos movimientos de carácter violento protagonizados por el proletariado industrial, como la destrucción de máquinas de hilar, incendios de fábricas y reivindicaciones salariales, pero es precisamente en estos años cuando el movimiento obrero da el salto cualitativo del estado primitivo que representa el alboroto a la organización sectorial perfectamente estructurada". Costa explica también que "el proletariado mataronense estaba formado por jornaleros del campo y obreros que trabajaban en las industrias de toda clase que había en la ciudad: química, vidrio, cerámica, fundición, etc. Pero el sector más numeroso era el relacionado con los trabajos textiles: el tejido y la hilatura, fundamentalmente, y trabajos auxiliares o menores, como el blanqueo, las lonas, las medias, la seda, los estampados, los terciopelos, los encajes, los paños y otros".
Pero volvamos a Josep Barceló. Una vez restablecida la Milicia Nacional con la llegada al poder de los progresistas en el gobierno español, fue elegido capitán, ya que se había convertido en el dirigente obrero más influyente y popular del momento. Impulsor también de la Unió de Classes, organismo de unificación y coordinación de la clase obrera catalana y generador de movimientos reivindicativos, el 27 de abril de 1855 fue detenido en la calle Barberà de Barcelona por su supuesta participación en un robo y asesinato ocurridos el 29 de marzo anterior en el mas de Sant Jaume, cerca de Olesa de Montserrat. Este fue el principio de su fin.
Con su detención, las autoridades pretendían frenar las movilizaciones obreras que estaban teniendo lugar y convertir la ejecución de Barceló en un escarmiento. Así, tras una instrucción del caso sin ningún tipo de garantía y el correspondiente consejo de guerra, el 4 de junio de 1855 Barceló fue condenado a muerte por el tribunal como "instigador del crimen" del mas de Sant Jaume. Los siete autores materiales de este crimen habían sido ejecutados el 23 de abril anterior, y la supuesta amistad de Barceló con uno de ellos había sido motivo suficiente para considerarlo instigador de los crímenes cometidos. Recomendamos la lectura del libro de Josep Maria Sibina Josep Barceló i el robatori de Sant Jaume, principalmente los capítulos quinto y sexto, en los que se pueden seguir con detalle las informaciones de la prensa de la época sobre el caso, así como algunas transcripciones del expediente judicial. Todo fue un montaje.
El caso es que el dirigente obrero nacido en Mataró fue ejecutado mediante garrote vil dos días después de su condena, el 6 de junio de 1855, en la plaza del portal de Sant Antoni de Barcelona. El día de su ejecución pública, la capital había sido ocupada militarmente por el capitán general, Juan Zapatero, quien declaró el estado de guerra. Testigos presenciales destacaron la serenidad de Barceló, tanto en el trayecto hacia el patíbulo, que recorrió fumando un grueso cigarro y saludando a los conocidos, como en los momentos previos a la ejecución, en los que, con voz enérgica, volvió a proclamar su inocencia.
El asesinato de Josep Barceló, el militante obrero más destacado, comprometido, popular e influyente de la Cataluña de aquellos tiempos, provocó una gran indignación entre los proletarios de toda España y la proclamación de una huelga general el 2 de julio en todo el país. Ese mismo día, un grupo de trabajadores había matado a Josep Sol i Padrís, director de la fábrica Güell (Vapor Vell de Sants). Con aquella huelga se comenzó a reivindicar la libre asociación de los trabajadores, embrión del sindicalismo, así como la prohibición de trabajar en las fábricas a los niños menores de 12 años y la construcción de fábricas más seguras y en lugares ventilados, salubres y soleados. La fuerza de la huelga general se fue diluyendo porque los trabajadores fueron quedándose sin recursos económicos para sostenerla, y terminó el 11 de julio, dos días después de que el general Espartero ocupara Barcelona con un ejército dirigido por su ayudante Sanabria. Es cierto que la huelga no aportó beneficios inmediatos a los trabajadores, pero fue la primera piedra para conseguir las mejoras que se obtuvieron años después, como el derecho a la libre asociación o una ley específica para los derechos laborales.
Josep Barceló i Cassadó fue un mataronés ilustre, aunque no haya sido designado oficialmente como tal, y protagonizó el origen de aquella movilización histórica. En el segundo centenario de su nacimiento, a pesar de la habitual desidia de Mataró a la hora de recordar y reconocer las biografías de nuestros notables que no provienen de las clases privilegiadas, es necesario conmemorar su lucha y la inspiración que supuso para las generaciones posteriores de luchadores por los derechos y libertades de los trabajadores y trabajadoras. Porque no solo los patricios mataronenses merecen manifiestos, nombres de calles y plazas y, en general, reconocimiento en nuestra ciudad, sino que figuras como la de Barceló deberían ser más ampliamente conocidas y reivindicadas. Hacerlo ahora y aquí, con este modesto escrito, es de justicia.
Fuentes:
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